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viernes, 27 de enero de 2012

Brevísima relación de la destrucción de las Indias

Crónica de Indias: Texto completo.
Brevísima relación de la destrucción de las Indias

Fray Bartolomé de las Casas
Brevísima relación de la destruición de las Indias, colegida por el obispo don fray Bartolomé de Las Casas o Casaus, de la orden de Santo Domingo, año 1552
Fué impresa la presente obra en la muy noble e muy leal ciudad de Sevilla, en casa de Sebastián Trujillo, impresor de libros. A nuestra señora de Gracia. Año de MDLII.


ARGUMENTO DEL PRESENTE EPÍTOME

Todas las cosas que han acaecido en las Indias, desde su maravilloso descubrimiento y del principio que a ellas fueron españoles para estar tiempo alguno, y después, en el proceso adelante hasta los días de agora, han sido tan admirables y tan no creíbles en todo género a quien no las vido, que parece haber añublado y puesto silencio y bastantes a poner olvido a todas cuantas por hazañosas que fuesen en los siglos pasados se vieron y oyeron en el mundo. Entre estas son las matanzas y estragos de gentes inocentes y despoblaciones de pueblos, provincias y reinos que en ella se han perpetrado, y que todas las otras no de menor espanto. Las unas y las otras refiriendo a diversas personas que no las sabían, y el obispo don fray Bartolomé de las Casas o Casaus, la vez que vino a la corte después de fraile a informar al Emperador nuestro señor (como quien todas bien visto había), y causando a los oyentes con la relación de ellas una manera de éxtasis y suspensión de ánimos, fué rogado e importunado que de estas postreras pusiese algunas con brevedad por escripto. Él lo hizo, y viendo algunos años después muchos insensibles hombres que la cobdicia y ambición ha hecho degenerar del ser hombres, y sus facinorosas obras traído en reprobado sentido, que no contentos con las traiciones y maldades que han cometido, despoblando con exquisitas especies de crueldad aquel orbe, importunaban al rey por licencia y auctoridad para tornarlas a cometer y otras peores (si peores pudiesen ser), acordó presentar esta suma, de lo que cerca de esto escribió, al Príncipe nuestro señor, para que Su Alteza fuese en que se les denegase; y parecióle cosa conveniente ponella en molde, porque Su Alteza la leyese con más facilidad. Y esta es la razón del siguiente epítome, o brevísima relación.

FIN DEL ARGUMENTO


PRÓLOGO

Del obispo fray Bartolomé de las Casas o Casaus para el muy alto y muy poderoso señor el príncipe de las Españas, don Felipe, nuestro señor Muy alto e muy poderoso señor:

Como la Providencia Divina tenga ordenado en su mundo que para direción y común utilidad del linaje humano se constituyesen, en los reinos y pueblos, reyes, como padres y pastores (según los nombra Homero), y, por consiguiente, sean los más nobles y generosos miembros de las repúblicas, ninguna dubda de la rectitud de sus ánimos reales se tiene, o con recta razón se debe tener, que si algunos defectos, nocumentos y males se padecen en ellas, no ser otra la causa sino carecer los reyes de la noticia de ellos. Los cuales, si les constasen, con sumo estudio y vigilante solercia extirparían. Esto parece haber dado a entender la divina Escriptura de los proverbios de Salomón. Rex quisedet in solio iudicit, dissipatomne malum intuitu suo. Porque de la innata y natural virtud del rey, así se supone, conviene a saber, que la noticia sola del mal de su reino es bastantísima para que lo disipe, y que ni por un momento solo, en cuanto en sí fuere, lo pueda sufrir.

Considerando, pues, yo (muy poderoso señor), los males e daños, perdición e jacturas4 (de los cuales nunca otros iguales ni semejantes se imaginaron poderse por hombres 1 hacer) de aquellos tantos y tan grandes e tales reinos, y, por mejor decir, de aquel vastísimo e nuevo mundo de las Indias, concedidos y encomendados por Dios y por su Iglesia a los reyes de Castilla para que se los rigiesen e gobernasen, convirtiesen e prosperasen temporal y espiritualmente, como hombre que por cincuenta años y más de experiencia, siendo en aquellas tierras presente los he visto cometer; que, constándole a Vuestra Alteza algunas particulares hazañas de ellos, no podría contenerse de suplicar a Su Majestad con instancia importuna que no conceda ni permita las que los tiranos inventaron, prosiguieron y han cometido [que] llaman conquistas, en las cuales, si se permitiesen, han de tornarse a hacer, pues de sí mismas (hechas contra aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie ofenden), son inicuas, tiránicas y por toda ley natural, divina y humana, condenadas, detestadas e malditas; deliberé, por no ser reo, callando, de las perdiciones de ánimas e cuerpos infinitas que los tales perpetraran, poner en molde algunas e muy pocas que los días pasados colegí de innumerables, que con verdad podría referir, para que con más facilidad Vuestra Alteza las pueda leer.

Y puesto que el arzobispo de Toledo, maestro de Vuestra Alteza, siendo obispo de Cartagena me las pidió e presentó a Vuestra Alteza, pero por los largos caminos de mar y de tierra que Vuestra Alteza ha emprendido, y ocupaciones frecuentes reales que ha tenido, puede haber sido que, o Vuestra Alteza no las leyó o que ya olvidadas las tiene, y el ansia temeraria e irracional de los que tienen por nada indebidamente derramar tan inmensa copia de humana sangre e despoblar de sus naturales moradores y poseedores, matando mil cuentos de gentes, aquellas tierras grandísimas, e robar incomparables tesoros, crece cada hora importunando por diversas vías e varios fingidos colores, que se les concedan o permitan las dichas conquistas (las cuales no se les podrían conceder sin violación de la ley natural e divina, y, por consiguiente, gravísimos pecados mortales, dignos de terribles y eternos suplicios), tuve por conveniente servir a Vuestra Alteza con este sumario brevísimo, de muy difusa historia, que de los estragos e perdiciones acaecidas se podría y debería componer.

Suplico a Vuestra Alteza lo resciba e lea con la clemencia e real benignidad que suele las obras de sus criados y servidores que puramente, por sólo el bien público e prosperidad del estado real, servir desean. Lo cual visto, y entendida la deformidad de la injusticia que a aquellas gentes inocentes se hace, destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni razón justa para ello, sino por sola la codicia e ambición de los que hacer tan nefarias obras pretenden, Vuestra Alteza tenga por bien de con eficacia suplicar e persuadir a Su Majestad que deniegue a quien las pidiere tan nocivas y detestables empresas, antes ponga en esta demanda infernal perpetuo silencio, con tanto terror, que ninguno sea osado desde adelante ni aun solamente se las nombrar. Cosa es esta (muy alto señor) convenientísima e necesaria para que todo el estado de la corona real de Castilla, espiritual y temporalmente, Dios lo prospere e conserve y haga bienaventurado. Amén.

BREVÍSIMA RELACIÓN DE LA DESTRUICIÓN DE LAS INDIAS

Descubriéronse las Indias en el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles, por manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellas cantidad de españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar fué la grande y felicísima isla Española, que tiene seiscientas leguas en torno. Hay otras muy grandes e infinitas islas alrededor, por todas las partes della, que todas estaban e las vimos las más pobladas e llenas de naturales gentes, indios dellas, que puede ser tierra poblada en el mundo. La tierra firme, que está de esta isla por lo más cercano docientas e cincuenta leguas, pocas más, tiene de costa de mar más de diez mil leguas descubiertas, e cada día se descubren más, todas llenas como una colmena de gentes en lo que hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano.
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Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores.

Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas, que en lengua de la isla Española llamaban hamacas.

Son eso mesmo de limpios e desocupados e vivos entendimientos, muy capaces e dóciles para toda buena doctrina; aptísimos para recebir nuestra sancta fee católica e ser dotados de virtuosas costumbres, e las que menos impedimientos tienen para esto, que Dios crió en el mundo. Y son tan importunas desque una vez comienzan a tener noticia de las cosas de la fee, para saberlas, y en ejercitar los sacramentos de la Iglesia y el culto divino, que digo verdad que han menester los religiosos, para sufrillos, ser dotados por Dios de don muy señalado de paciencia; e, finalmente, yo he oído decir a muchos seglares españoles de muchos años acá e muchas veces, no pudiendo negar la bondad que en ellos veen: «Cierto estas gentes eran las más bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a Dios.»

En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales de ella docientas personas. La isla de Cuba es cuasi tan luenga como desde Valladolid a Roma; está hoy cuasi toda despoblada. La isla de Sant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas, ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española y a Cuba por la parte del Norte, que son más de sesenta con las que llamaban de Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor dellas es más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla Española, después que veían que se les acababan los naturales della. Andando en navío tres años a rebuscar por ellas la gente que había, después de haber sido vendimiadas, porque un buen cristiano se movió por piedad para los que se hallasen convertirlos e ganarlos a Cristo, no se hallaron sino once personas, las cuales yo vide.
Otras más de treinta islas, que están en comarca de la isla de Sant Juan, por la misma causa están despobladas e perdidas. Serán todas estas islas, de tierra, más de dos mil leguas, que todas están despobladas e desiertas de gente.

De la gran tierra firme somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras han despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil leguas.
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Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más de quince cuentos.

Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen e ser resuelven o subalternan como a géneros todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas.

La causa por que han muerto y destruído tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas (conviene a saber): por la insaciable codicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices e tan ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas; a las cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima (hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tractado y estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así han curado de sus vidas y de sus ánimas, e por esto todos los números e cuentos dichos han muerto sin fee, sin sacramentos. Y esta es una muy notoria y averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos y matadores, la saben e la confiesan: que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hubieron recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos mesmos.


La denuncia de Bartolomé de las Casas

La denuncia de Fray Bartolomé de las Casas no solamente es contra los conquistadores militares y aventureros españoles, sino también contra esa iglesía católica cómplice con las matanzas de las poblaciones aborígenes indígenas de América.

sábado, 21 de enero de 2012

VIRGEN DE CANDELARIA

A unas once millas al sur de Santa Cruz, en la orilla del mar, se encuentra el santuario de Nuestra Señora de Candela¬ria, una de las vírgenes españolas más célebres y la patrona en especial de los pescadores canarios. El santuario consiste en una cueva con un altar y está suntuosamente dotado con ofren¬das votivas, siendo quizás el más rico de la isla. La imagen de este santuario es de unos tres pies de alto, hecha de madera de color rojizo oscuro; la cara y las manos están sin pintar mientras que los vestidos están coloreados. Parece que puede ha¬ber sido tanto el mascarón de proa de un pequeño navío como una de esas imágenes de santos con las que, en tiempos muy pasados, estaban adornadas las popas de las carabelas espa¬ñolas y portuguesas; y la leyenda relacionada con ella confir¬ma esta suposición, ya que se dice que fue encontrada en la playa de Candelaria. En 1464, cuando los españoles visitaron por primera vez Tenerife, se llevaron con ellos a un joven guanche, a quien naturalmente convirtieron a la religión romana y bautizaron con el nombre de Antonio. Este muchacho, obser¬vando la gran veneración que sentían sus raptores por varias imágenes de santos que estaban a bordo de la carabela, les in¬formó que en Tenerife existía una de la misma clase que una tormenta había arrastrado a la orilla del mar. Por esta descrip¬ción, los españoles le dijeron que tenía que ser una imagen de la Virgen María. Cierto tiempo después, Antonio huyó a Tene¬rife y, viendo la imagen de nuevo, informó a sus paisanos que representaba a la madre del Dios del Universo. Hasta enton¬ces, los guanches no la habían tratado con mayor respeto que el que daban a otros restos de naufragios, pero al oír este rela¬to la colocaron en una cueva y la trataron con mucha reveren¬cia.

Lo precedente es la historia de la milagrosa imagen y, además de ser posible y verosímil a la vez, se puede hacer la ob¬servación de que es la que dan los historiadores españoles que escribieron antes de que Nuestra Señora de Candelaria hubie¬se adquirido una reputación tan grande. Naturalmente, cuan¬do la isla fue sojuzgada, los sacerdotes españoles se aprove¬charon de la veneración que sentían los guanches por la ima¬gen y la dirigieron en su propio beneficio, creando sobre el insinhicante tema arriba mencionado un montón deinvencionesnes que son aceptadas por los crédulos e ignorantes campesi¬nos y pescadores como incuestionables verdades.

Según la historia narrada por los sacerdotes, la imagen llegó a la isla en el año 1390, es decir, unos cien años antes de la conquista de los españoles. Dicen que una mañana, cuando dos cabreros es¬taban conduciendo sus rebaños a una cueva del barranco de Candelaria, vieron la sagrada imagen situada sobre una roca, en la orilla del mar, en la desembocadura del barranco. Estos cabreros la tomaron erróneamente por una mujer viva, a la que sin embargo no se parece en absoluto, y como las cabras no pa¬saban por donde ella estaba, le hicieron señas para que se mar¬chara. Como no hacía caso, cuando uno de ellos cogió una pie¬dra para arrojársela, aunque parezca mentira, su brazo quedó inmovilizado y no pudo tirarla. Al ver esto, el otro cabrero fue hacia ella y le intentó cortar la mano con su cuchillo de obsi¬diana, aún bajo la extraña equivocación de que una mujer viva estaba ante él, pero en lugar de hacerle daño se cortó su pro¬pia mano. Enfurecido, hizo otro intento para mutilarla, pero sólo logró cortarse él otra vez. Por esto, los cabreros llegaron a la conclusión de que la imagen venía del cielo, un lugar del que no tenían ni idea, y yendo hacia el rey del lugar, le conta¬ron lo que les había ocurrido. Enseguida éste reunió a toda la gente y la población entera fue al barranco, donde, al encontrar la imagen todavía en la misma posición, quedaron grandemen¬te sorprendidos y llenos de admiración y reverencia. Sin em¬bargo, el rey ordenó a los dos cabreros que la llevaran a su cue¬va. Por consiguiente, la cogieron y al tocarla inmediatamente se curaron, con no pequeño asombro de los espectadores. La imagen permaneció en la cueva del rey hasta alrededor de 1465, cuando Diego de Herrera, el gobernador de Lanzarote, quedó tan conmovido por las descripciones del mencionado converso Antonio, que envió a algunos guanches que estaban a su servicio para que la robaran. A su llegada a Lanzarote, la valiosa presa fue recibida con grandes demostraciones de alegría y fue llevada en solemne procesión a la iglesia de Rubicón, donde fue cuidadosamente depositada en un altar. A la ima¬gen aparentemente no le gustó su nueva morada tanto como la cueva del rey, ya que a la mañana siguiente fue encontrada con su semblante vuelto hacia la pared; y aunque cada día se la gi¬raba de nuevo, por la mañana siempre se la encontraba en esa posición. La gente fue presa del pánico por esta maravillosa se¬ñal de enfado de la imagen y Diego de Herrera, imaginando quienes la reci¬bieron con mucha pompa y la pusieron en su cueva.

Desde entonces la imagen ha alcanzado una gran cele¬bridad como protectora de los pescadores, una reputación que, según me parece, puede ser fácilmente adquirida.

Anualmen¬te, cientos de barcas van a pescar en los bancos de la costa afri¬cana. Cuando hay alguna tempestad o tormenta, el pescador implora la protección de Nuestra Señora de Candelaria y pro¬mete encenderle velas y colocar en su santuario pequeños ob¬jetos. Si la barca se hunde, nada más se oye sobre su tripulación y nadie puede decir que la imagen no hizo caso de sus devotos en ese momento de necesidad, pero si supera la tormenta, el pescador enseguida lo atribuye a la poderosa protección de su patrona y, al volver a tierra, propaga su reputación por todas partes. En el ceñidor, falda, cuello y cenefas de las mangas de la imagen hay algunos caracteres romanos, que evidentemente son de una fecha mucho más reciente que la figura. Los sacer¬dotes, habiéndolos puesto ellos mismos, naturalmente son ca¬paces de interpretar su significado, lo que hacen en la forma que más le conviene para engañar a sus crédulos feligreses y para mantener la popularidad del santuario.

Hay un extraño parecido entre el conjunto de las for¬mas del catolicismo romano, tal y como se practica en estas is¬las, y la adoración fetichista de las tribus negras del golfo de Guinea. Ambos, estos isleños y los negros, afirman creer en una poderosa y omnipotente deidad, a la que prácticamente desconocen, adorando en su lugar dioses secundarios, fetiches o santos. Estas deidades menores son representadas por ob¬jetos concretos. Siendo mejores obreros, los españoles tienen imágenes de cera o de madera, hechos en imitación de la for¬ma humana y vestidos con ropas como las que ellos llevan o sus antepasados solían llevar. El negro, siendo un pobre modela¬dor, hace una grotesca imagen de arcilla, en cuya cintura ata una tira de trapo para representar la misma escasa ropa que él lleva, mientras que donde hay poca arcilla o donde no hay mo¬deladores, un cono de barro o un trozo de madera bastan pa¬ra dar una idea de ambas, sustancia y forma. Los dos, si se les pregunta, afirman sin vacilar que no adoran estos objetos tan¬gibles, sino a las personas que representan; y si luego se les pregunta qué utilidad tienen, contestan que son provechosas para mantenerles en la mente sus deberes religiosos.

Cada uno tiene su propia deidad, de la que piensa que es mejor que las otras, ya que los españoles tienen un santo patrón y el negro su fetiche casero o familiar. Muchos de estos personajes sobrenaturales tienen especialidades propias; así, unos curan la cojera, otros previenen enfermedades, otros qui¬tan la esterilidad, y otros, como Nuestra Señora de Candelaria, protege a los marineros de los peligros del mar; de esta mane¬ra, también el fetiche Tegba, si es propicio, cura la esterilidad; Bo protege a los soldados de las heridas; So protege de los ra¬yos yAzoon del fuego. Los españoles, para propiciar a sus fetiches o santos, les regalan cirios, espejos baratos, crucifijos y otras bagatelas, mientras que sus esposas, cuando cuelgan su último traje de baile de la temporada en los hombros de su pa-trona particular, piensan que su bienestar está asegurado. El negro, no teniendo ninguna de esas cosas, ofrece lo que para él es mucho más valioso, a saber, comida y bebida, y vierte sobre su imagen de arcilla o madera, aceite de palma, huevos, vino de palma y ron. Ambos son tan supersticiosos y la creencia en es¬tos fetiches o santos forma parte tanto de sus vidas diarias, que es inútil cualquier intento para ponerla en duda o desarraigar¬la. El sacerdote fetichista de los negros encuentra a su vecino y le dice: "El otro día vi a Azoon en un arbusto.

Está muy con¬tento con el aceite de palma que le diste; ahora estás a salvo del fuego durante cierto tiempo", mientras que el sacerdote espa¬ñol le dice al incauto devoto: "La noche pasada se me apareció en una visión San fulano de tal. Creo que si le enciendes algu¬nas velas en su altar durante la próxima quincena, la seguridad de tu cargamento estará asegurada". De esta manera, oyendo hablar siempre sobre estos personajes sobrenaturales y en¬contrando con frecuencia a gente que afirma haberlos visto, la creencia llega a estar tan implantada en su ser que creen en ella con tanta incondicionalidad como lo hacen en su propia exis¬tencia, y todo va bien para la clase que se gana la vida por me¬dio de este engaño.

Cualquier persona sin prejuicios tiene que admitir que estas dos formas de culto, o supersticiones, son prácticamente las mismas, y la pequeñísima diferencia que existe entre ellas se debe a los distintos grados de civilización y sus consiguien¬tes diferentes modos de pensar. Aunque el católico romano es intencionadamente ciego a este hecho y nunca reconocería que hay el menor parecido entre las dos, el negro no sufre tal oscu¬ridad mental. No hace mucho tiempo, unos misioneros católicos romanos se establecieron en Whydah, el puerto de mar del reino negro de Dahomey. Al momento se llevaron noticias al rey, en Abomey, la capital, de que nuevos hombres blancos fe¬tichistas habían traído su Dios con ellos. El rey expresó su sor¬presa por esto, ya que era contrario a lo que había oído refe¬rente a la religión de los hombres blancos, y enseguida dio ór¬denes para que el nuevo Dios fuese llevado ante él. Los misio¬neros, considerándolo como un buen comienzo, enviaron al rey un cierto número de santos, vírgenes y crucifijos. Cuando éste los recibió, dijo que estaba contento de ver que los sím¬bolos de adoración de los hombres blancos eran como los de ellos, ya que tenían muchos dioses, y que los que le habían en¬viado eran muy parecidos a los suyos, sólo que mejor hechos. Entonces los transportó, con mucho ceremonial, redoble de tambores y disparos de cañones, a una casa de fetiches que ha¬bía construido a propósito para ellos.

Al estudiante de la naturaleza humana no le puede pa¬recer extraño que un campesinado ignorante y degradado dé completo crédito a espantajos tales como santos, visiones y apa¬riciones, pero que hombres cultos y educados presten su apo¬yo para reforzar tal creencia, es verdaderamente un triste es¬pectáculo. Es curioso seguir la historia de estas apariciones y observar como, con el cambio de las creencias religiosas, la na¬turaleza de los visitantes sobrenaturales también cambia. Los griegos y romanos solían ver apariciones de Baco, Minerva, Ve¬nus y otras deidades, pero nunca nadie ha oído decir que algu¬no de estos personajes mitológicos se haya aparecido al hom¬bre desde la caída de los dioses griegos, porque desde entonces los hombres han dejado de creer en ellos. De un modo pareci¬do, cuando Inglaterra era un país católico romano, las visiones y apariciones de santos ocurrían con tanta frecuencia como ahora en España y sus colonias. En Inglaterra, en estos momentos ningún protestante es turbado por la visita de un san¬to, ya sea suyo o de la iglesia romana. Todo lo que ve, o imagi¬na ver, son fantasmas solitarios, quienes parecen deleitarse vi¬viendo en casas húmedas y malsanas y vistiéndose, incluso con el tiempo más inclemente, con nada más sólido que un velo o una sábana; y se figura que ve estas cosas porque todavía tiene una persistente creencia en las apariciones sobrenaturales. De hecho, en todas las épocas, cuando un hombre de tempera¬mento nervioso, con el hígado enfermo y una viva imaginación, piensa que ha visto una aparición, ésta es la de algo en lo que él vagamente cree que existe. Y cómo en la actualidad perso¬nas inteligentes y educadas pueden dar crédito a absurdidades tales como manifestaciones de espiritismo, fantasmas y visio¬nes de santos, es una maravilla, no menor, de la época.” (A.B. Ellis, en: José A. Delgado Luís, 1993: 61 y ss.).

Fuente:
A.B. Ellis
Islas de África Occidental
(Gran Canaria y Tenerife)
Introducción: Manuel Hernández González
Traducción: José A. Delgado Luís
Edición: J.A.D.L. La Orotava-Tenerife 1993.
ISBN: 84-87171-05-2.

EN TORNO A LA VIRGEN DEL PINO

Aparentemente, la principal cosa a la que aspira el cle¬ro de estas islas en sus servicios religiosos es el efecto teatral. Paseando una mañana por la catedral de Las Palmas, antes del mediodía, encontré el altar, que está en la parte trasera de la nave del edificio en una especie de hueco, completamente cu¬bierto por una cortina negra, que estaba corrida de un lado a otro como el telón de un teatro. Detrás de esta cortina, ocultas a la poca gente que se encontraba allí, había algunas personas, sacerdotes probablemente, salmodiando en latín y los responsoríos eran continuados en el lado opuesto de la catedral por los coristas, que tampoco se veían y que se hallaban en un pe¬queño edificio construido conforme a principios acústicos. La iglesia estaba débilmente iluminada por cirios. La atmósfera, tenue y pesada por el olor del incienso que se quemaba en al¬gún lugar fuera del alcance de la vista, y el eco de las voces de los intérpretes ocultos, cuando se elevaba y bajaba en ondas de sonido que retumbaban alrededor de la amplia bóveda cen¬tral, tenía un efecto verdaderamente impresionante, lo que, junto con la débil y misteriosa luz y el pasmoso efecto narcóti¬co del incienso, parecía afectar fervorosamente a algunas mujeres histéricas que estaban arrodilladas en el pavimento de már¬mol. No sé si en los lugares de culto católico romano se cele¬bran servicios similares a éste o si se celebran alguna vez en Europa, pero para mí fue bastante nuevo y durante un mo¬mento imaginé que me encontraba en un templo egipcio asis¬tiendo a algún rito místico en honor de Osiris; y, en conjunto, la escena me pareció muy semejante a la representación teatral de algún conjuro.

Entre otras imágenes extraordinarias de esta isla, una de las más extrañas es la que existe en la iglesia de Teror, una pequeña pero pintoresca aldea situada a unas once millas de Las Palmas.

Es de madera, está cubierta de joyas y provista de cuatro brazos. Y lo que para alguien que conozca las deidades de La India supondría que intenta representar al dios hindú Visnú, aquí, sin embargo, es la Virgen, y la tradición asegura que hace algunos siglos se la encontró milagrosamente clava¬da en un pino de un bosque cercano. No obstante, el motivo por el que tiene cuatro brazos es un misterio que dudo que in¬cluso un sacerdote pueda resolver satisfactoriamente.
Fuente:
A.B. Ellis
Islas de África Occidental
(Gran Canaria y Tenerife)
Introducción: Manuel Hernández González
Traducción: José A. Delgado Luís
Edición: J.A.D.L. La Orotava-Tenerife 1993.
ISBN: 84-87171-05-2.

domingo, 8 de enero de 2012

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